De manera intuitiva, despejo estos pensamientos nefastos de mi mente. ¿Pero no sería normal querer compartir este mal que me han hecho? De la misma manera que queremos compartir lo bueno ... Generalmente se acepta que cuando estamos felices, alegres, queremos compartir esta alegría, con los que nos rodean, o con alguien querido.
Bueno, pues eso es lo mismo.
No necesariamente hasta el punto de pincharle las ruedas, porque mi padre interior y mis valores me lo impedirían ... Pero cuando lo pienso entiendo por qué necesito lucir y presumir: para que él todavía me quiera. O de nuevo, o a pesar de todo. Es como una venganza, quiero que se arrepienta. Pero si no encuentro una salida para este mal, para que se convierta en ira y/o venganza, entonces se vuelve amargura.
Amargura, esa sensación que se instala en nosotros, que retuerce nuestros rasgos, ese sabor acre en la boca que incluso hasta hace que las cosas dulces nos sepan agrias. Es la energía que se estanca, se pudre, apesta, claro. Nada bucólico, nada de bonitos nenúfares 😡.
Entonces NO. Lástima si queda mal. Y SÍ a la rabia que como un torrente limpia todo a su paso, SÍ a la expresión demoníaca de mis sentimientos heridos (aunque me queda claro que soy yo el responsable de mi situación, uno no impide el otro 🙃) .
¡Y sobre todo NO a la amargura de las emociones podridas!
Hablan de ello :
L’avenir - Louane
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