Te he perdido.
Todavía puedo maldecir las circunstancias, encontrar razones, nulas pero sobre todo sin valor para intentar en vano consolar mi laguna...
Ya no estás. O más exactamente, este intercambio tan intenso, tu piel vibrando bajo mi respiración, ya no la tengo.
Todavía tengo la sensación, ese algo en mi cuerpo que desea, que languidece, que anhela... que suspira. Todavía tengo esta conmoción, absoluta.
Porque ahora está separada de ti y busca, errante, otro refugio, otra piel que hará que la mía vuelva a estremecerse. La mimo, como la flor de fuego que me quema de placer tan pronto como se enciende. Esta es mi propia magdalena. Es este vértigo que expongo y que reclamo porque lo conozco, porque mi cuerpo lo reconoce, porque todos lo hemos conocido si alguna vez atravesó nuestra carne. Más allá de los grandes impulsos románticos que nos levantan, es el eco de este choque, de esta oleada que nos empuja sin cesar a redescubrir esta embriaguez del amor, aquello que mezcla los cuerpos, que los exalta, que los sublima ... más allá de sus límites.
Siento aquella sed por redescubrir lo que he podido compartir contigo, pero que también sé que seguramente otro me ofrecerá, mañana, o un poco más tarde, en el recodo de un encuentro, un momento inédito, tú el otro, el insólito, sé que estás ahí.
En busca de esta conmoción perdida.
Redescubrir este desorden enmarañado que tanto me embriagó.