Muchos trastornos, disgustos y responsabilidades habían cruzado nuestros caminos. Muchas puertas que se cierran, poca claridad hacia una nueva pista. Se había hundido la luz en nuestras miradas, no lográbamos recubrir nuestras sonrisas, habíamos extraviado nuestras ganas a embocar la vida.
Igual decidimos ir.
Sabíamos que necesitábamos recolectar esta energía con algo más grande, más vivo que nuestros ímpetus corroídos. Bajamos a la cala templada por el tímido sol otoñal. Era un lugar muy chiquito. Unos veinte metros de ancho. Sólo cabíamos tú y yo, y el mundo.
Caminamos callados hasta la orilla, y nos sacamos la ropa en gestos cansados, dejándola tirada ahí, sin doblar, al revés, no importaba. A medida que descubríamos nuestra piel al sol y al viento fresco, se contraía, y se relajaba, empezaba a comunicar con los elementos.
Cada uno se tumbó sobre las piedritas tibias, sintiendo como estas se marcaban en nuestra espalda. Retomando contacto.
No recuerdo cuanto tiempo nos quedamos así. Fue un momento sin tiempo. Sin principio ni final. Fue un instante con toda la profunda del mundo, en cual la naturaleza entera se unió para inyectar vida en cada uno de nuestros cuerpos: el sol penetraba nuestra piel, el viento nos acariciaba suavemente, el mar nos cantaba, y dejábamos ahí todos nuestros pesares, toda nuestra pesadez.
Creo que lloré. Soltando, descansando y agradeciendo.
Poco a poco la vida retomaba su camino en nuestros cuerpos.
Poco a poco podíamos volver a sentir esta vibración.
Poco a poco nos mezclábamos arriba nuestro, poco a poco, sin movernos pudimos sentir nuestros deseos escosiéndonos.
Lograba oler tu piel destilada por el sol, podía sentir este picazón en mis labios añorando su contacto. Disfrutaba de la sensualidad despertando mi cuerpo. Necesitaba moverme, empezar a bailar al son de está energía. Pero me quedé ahí, acostada al lado tuyo, sintiendo como circulaba y crecía nuestra erótica, con tan sólo pequeños movimientos en mi cuerpo para acomodar estas sensaciones deliciosas…
Pero a pesar de esta sensación cada vez más mordaz, me quedé inmóvil, dejándola arraigarse en mi de par en par. Me embriaga, Hormigueo, abundancia, enjambre. Dejé que me llenara del todo, hasta que mi piel se erice, hasta que sienta mis labios henchirse, pidiendo contacto, roce, caricias. Me estaba abriendo, me estaba volviendo fluida, fluidez, fluidos, ávida. Sentía que tu mano estaba cerca de la mía, que con tan sólo unos centímetros te podía alcanzar y llegar a mezclar tu vibración con la mía, potenciando este anhelo. Pero cuanto más esperaba, más me poseía. Ya, con los ojos cerrados acariciados por la brisa y el sol dulce, lograba imaginar tus dedos rozando el interior de mi muslo, de mis labios ansiosas.
Sentí como te levantaste y te sentaste al lado mío. Sentí tu mirada arrullando mis curvas, como una caricia pulposa, suave y fuerte a la vez. Una canción suave embrujando mis sentidos. Te deslizaste arriba mío y te sentaste en mi vientre. SentÍ ahí tu peso y tu calor que me llenaron de posesión. Apretaste tus piernas dobladas a lo largo de mis caderas, encerrándome en ti. Me quedé vibrante debajo tuyo, recibiendo tu ofrenda, esperando tu próximo ademán, ansiosa, lista, oferta.
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